En mi niñez recuerdo la forma en la que veía a mi madre, para mi era la persona más importante de mi vida. Como la mismísima Virgen María, con perdón de los más creyentes. Es algo muy intenso para un bebé o un niño. Cuando tienes progenitores a los que querer (ya sean padres, tíos, abuelos...) son muy importantes para ti. Por un lado, el hecho de que sean mucho más grandes y hábiles que tu les posiciona en una cúspide. Son quienes deberían cuidarte, enseñarte, guiarte, en la vida. Así que nuestros padres son nuestros primeros dioses, por así decirlo, son lo más grande que tenemos al nacer.
Y resulta muy curioso ver como la humanidad se imagina a los dioses por regla general, de gran tamaño y poder. Es como si aún alcanzando la edad madura necesitásemos tener esos padres tan grandes y poderosos, al igual que cuando éramos bebes o niños.
Lo que sentíamos a nivel social y biológico desde la cuna, lo proyectamos de forma inconsciente en edades más avanzadas y conscientes.
Con esta reflexión no quiero decir que Dios, u otras deidades politeístas o fuerzas de la naturaleza y el cosmos no existan. Pero sí que proyectamos de algún modo esos sentimientos más instintivos de nuestros padres, hacia lo que consideramos más adelante como omnipotente y sagrado.
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