A lo largo de mi vida en diferentes ocasiones he tenido ganas de morir, de suicidarme, de desaparecer. No es alentador escribir sobre estos temas, pero soy consciente de que cuando uno se encuentra en un estado mental así no suele tener la ayuda psicológica y social adecuadas. No voy a engañar a nadie, la depresión es un estado mental que nos hace sentir como si no valiésemos nada, ni le importásemos a nadie (sea así o no realmente, nos lo merezcamos o no). Y salir del abismo no es fácil, es un sendero muy largo y tortuoso del cual no todo el mundo sale. La mayoría de la población sufre depresión y no buscan terapia psicológica, incluso muchas veces no lo reconocen. Por un lado, es muy complicado conectar con alguien que está así y que esa persona saque las fuerzas y la actitud necesarias para dejar malos hábitos, conductas, o incluso malas compañías. Es muy duro, y solo nosotros mismos tenemos la capacidad de enfrentarnos a todo eso que nos hace daño (ya sean recuerdos, personas, lugares…).
En mi caso crecí rodeada de personas que minaban mi ser a muchos niveles, lo único que me salvó de cometer locuras fue que llegase a mi mente este concepto: “Nadie va a cuidar de ti mejor de lo que lo harás tu misma”, ¿Por qué? Porque toda esa gente que me rodeaba en la mayoría de los casos no cuidaba bien de mí. Era una realidad a gritos. Esto no significaba que no pudiese haber gente en el mundo que me tratase bien, con amor y respeto, sino que yo tenía que aprender a quererme y ser responsable de mí misma. Tenía que aprender a decir que no física, psicológica e incluso socialmente. Cuando somos niños y adolescentes es muy duro porque no puedes escapar del entorno sin ponerte en una situación peor aún. Y cuando eres un adulto y careces de medios económicos para independizarte también.
En mi caso crecí rodeada de personas que minaban mi ser a muchos niveles, lo único que me salvó de cometer locuras fue que llegase a mi mente este concepto: “Nadie va a cuidar de ti mejor de lo que lo harás tu misma”, ¿Por qué? Porque toda esa gente que me rodeaba en la mayoría de los casos no cuidaba bien de mí. Era una realidad a gritos. Esto no significaba que no pudiese haber gente en el mundo que me tratase bien, con amor y respeto, sino que yo tenía que aprender a quererme y ser responsable de mí misma. Tenía que aprender a decir que no física, psicológica e incluso socialmente. Cuando somos niños y adolescentes es muy duro porque no puedes escapar del entorno sin ponerte en una situación peor aún. Y cuando eres un adulto y careces de medios económicos para independizarte también.
En otros casos el problema es que la gente tiene traumas y en vez de reflexionar y luchar por liberarse de esos círculos y conductas de mierda, se dedican a permanecer en ellos y a seguir alimentando los malos actos por miedo al cambio. Esto es terrible, esta gente lleva un verdadero infierno y tormento en su vida y en su mente. Me pasé años haciendo el estúpido y metiendo la pata en más de una ocasión por imitar malas conductas o por intentar encajar con esas personas de mi entorno que las practicaban. Cuando las religiones nos hablan de no ser débiles, de no caer en el mal o la tentación, se refieren a eso. A no dejarnos llevar por las malas compañías o los malos actos en general. Puede llegar a ser muy duro, pero hay que aprender a decir que no cuando se sobre pasan con nosotros o con otras personas, de forma firme y seria. Y si no nos respetan debemos buscar ayuda en la policía, en asuntos sociales, en los tribunales, en la terapia psicológica. Y hablo de todo esto desde la sinceridad, sin autoengaños ni manipulación. Tenemos que aprender a ser “jodidamente sinceros con nuestra propia mierda”. Tenemos que ser capaces de ver la realidad desde el exterior de nuestro cascarón, de ver lo que hemos hecho bien o en qué hemos obrado mal. Por su puesto, este proceso hay que aplicarlo a las personas que nos rodean sopesando quien merece la pena o no. Es muy duro, pero necesario. La terapia con un especialista de la salud mental a poco bueno que sea, nos ayudará a dar estos pasos y a ver qué es lo que hacemos mal pero no percibimos porque nos sentimos muy cabreados o vulnerables (en este proceso es normal sufrir pataletas o berrinches que se pasan y dan paso a que seamos más capaces de ver la vida con más madurez). Además, debemos aprender a analizar las críticas para apreciar hasta qué punto tiene razón quien las hace o si somos victimas de juegos de manipulación y maltrato.