Hace años paseando por un camino rural encontré un pequeño afluente donde había conchas de caracoles. Las saqué pensando que se estaban ahogando pero resulta que las conchas estaban vacías (sus inquilinos hacía tiempo que habían pasado a mejor vida). Recogí algunas y me las llevé a casa, las lavé con un cepillo de dientes viejo y un poco de jabón exfoliante y lejía, dejándolas secar sobre servilletas de papel. Al secarse quedaron con un aspecto blanquecino, así que se me ocurrió darles un poco de aceite de oliva. Al día siguiente retiré el aceite sobrante, y comencé las pruebas con barniz. La técnica más limpia consistió en sujetar las conchas con pinzas de depilar (con delicadeza), barnizarlas con una brocha pequeña, y un par de capas no muy gruesas de barniz mate. Quedaron bastante bien, pero con los años a pesar de que las dejé en un lugar con penumbra el barniz ha amarilleado. A día de hoy sé que es mejor utilizar esmalte de uñas transparente (aunque es complicado de dar) o esmalte protector en spray. En la fotografía se puede ver cómo están amarillentas las conchas barnizadas con barniz para madera, y la única que dejé simplemente lavada.
Si queréis conseguir conchas de
caracoles buscadlas de caracoles muertos (ni vivos, ni dormidos) ya que se
están extinguiendo debido a los pesticidas empleados en jardines y cultivos.
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