En las noches de verano con su fresca brisa, cuando las
estrellas y la luna titilaban rodeadas de oscuridad, y los grillos me acunaban
con su grillar. Entonces solo entonces venían a mí esos vagos recuerdos. La
sensación de estar en un lugar donde la arena cubre prácticamente todo. El
viento mueve con suavidad los fuegos que alumbran en la noche. Los grillos allí
también cantan sin parar de forma constante y romántica. Hay escasos edificios hechos
con sillares del mismo color que la arena, guardias y otras personas velan
aquel lugar. Y miro al cielo y veo más estrellas de las que hay en la
actualidad. Me quedo absorta y maravillada por ese manto formado por millones de
puntitos blancos de luz. Es un recuerdo de monotonía, pero de calidez y
tranquilidad al mismo tiempo.
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Fotógrafa Cristina García Rodero
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