Salí a caminar por el bosque en medio de la oscuridad, hasta que vi una luz amarilla brillando tras las ramas de los árboles y las nubes. Seguí caminando hacia ella, mientras el paisaje cambiaba, las nubes se desvanecían, y ella se elevaba. Era la luna llena, con ese color entre blanco y amarillo, flotando en la oscuridad. Las nubes, ya más dispersas, y algunas pequeñas estrellas la acompañaban. Y entonces admiré, en su total plenitud, aquel paisaje de ensueño. Con aquel satélite tan grande, luminoso e inmenso. Lleno de poder... Comencé a sentirme hipnotizada por su luz y la claridad que arrojaba sobre aquellas pequeñas y suaves nubes a su alrededor. Era como estar en otro mundo, un lugar muy lejano donde nada ni nadie te pueden hacer daño. Una paz absoluta, la calma y la eternidad. Seguí mirando la luna, las nubes, las estrellas… Y casi sin darme cuenta, escuchaba de forma muy sutil el viento silbar a la par que delicados tintineos. Como la melodía del comienzo de los tiempos. Antes de que existiera el ruido, la vida, antes de que hubiera nada. Y a pesar de que llegué a casa, pasando las horas con sus tareas y obligaciones, seguía pensando en esa visión tan mágica. Haciéndome pensar en un recuerdo que nunca he vivido, y acompañado de esa melodía tan sutil y tan poderosa al mismo tiempo.
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Fotógrafa Cristina García Rodero
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